Antonio
Méndez Esparza debuta en la gran pantalla con Aquí y allá,
película inspirada (y casi podría decirse que documental) sobre un
amigo que conoció mientras estudiaba en EE.UU, un inmigrante
proveniente de México, que, tras su regreso a su tierra, Esparza
acompañó y decidió filmar una película sobre la sensación de
volver a tu tierra después de tanto tiempo, casi sintiéndose un
extraño entre los tuyos.
La
idea es particularmente interesante, el no mostrar la partida sino el
regreso, las consecuencias que lleva tras de su la separación de una
familia en su vida cotidiana, en sus relaciones personales. El
problema viene en las formas de contarlo.
Una
puesta en escena sencilla, alejada de la sensiblería típica de un
drama de estas características, con planos generales, manteniendo al
espectador a todo momento alejado de los personajes (prácticamente
no hay primeros planos) es un arma de doble filo difícil de usar y
que, en mi opinión, Esparza ha pagado el pato del novato. Lo que a
priori parece lo más interesante del film, se acaba convirtiendo a
su vez en lo peor, pues esa mirada alejada, cercana al voyeurismo del
documental, esa falta de emoción tanto es las expresiones de los
protagonistas como en los planos generales y estáticos hacen que, al
no conocer los protagonistas, verles carentes de emoción, esa
lentitud de la narración se traspasa al espectador negativamente,
restándole poco a poco el interés por la historia y sus
protagonistas.
Curiosamente, estos es lo que aplauden los que alaban
la película, que, recordemos, tiene varios premios en su haber, como
el premio de la semana de la crítica en Cannes. Así pues, habrá
dos posibles espectadores para la película, los que consigan vencer
el hastío, la pesadez de una narrativa conscientemente lenta y unos
personajes inexpresivos, al menos de cara al exterior, o, por contra,
los que pese a su buena predisposición, acaben sucumbiendo a una
película fría, poco implicada con el espectador y arrítmica. Y
culpa de esto último la tiene en parte una fracción gratuita en
cuatro partes (El regreso – Aquí - El horizonte - Allá) cuando
perfectamente se podría contar todo linealmente sin pantallazos en
negro que maten el poco ritmo que coge de vez en cuando.
Todo
esto, sumado a los normales pero notorios fallos de principiante,
como puede ser una mala iluminación o sonorización en determinados
momentos, actores no profesionales o encuadres que posiblemente
podrían estar mejor pensados, acaban convirtiendo la película en un
ejercicio de arte y ensayo para minorías dispuestas a pasar por alto
estos fallos.
No
le negaré que tenga sus momentos, como el momento que Pedro se pone
a tocar la guitarra con su familia, pero son como leves oasis en un
desierto, insuficiente para saciar a un espectador sumido ya en sus
propios pensamientos, que ha desconectado hace tiempo de lo que le
contaban. Y esto no es siempre culpa del espectador, un director, por
mucho que quiera hacer una película contemplativa, debe saber
mantener el ritmo necesario, un mínimo de emoción para que importen
sus personajes, captar la atención del espectador. No se puede dejar
todo en manos del espectador como si la tuviera que recrear de nuevo
en su cabeza, porque para eso no paga una entrada, sino que coge una
cámara y la hace a su antojo.
Un
buen ejemplo de que no sólo de ideas viven las películas, hay que
transformarlas, darles forma para sacarles el jugo necesario y crear
una buena película. Y yo aquí veo varias ideas, pero poco jugo.
3/10
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