El panorama
cinematográfico siempre ha estado saturado de comedias adolescentes
de instituto, y, en la mayoría de casos, dando una visión ridícula
de estos mismos, caricaturizada, como si todo adolescente fuera un
descerebrado pegote de hormonas con patas que sólo se preocupase por
la reputación, el deporte, el sexo, las drogas y la juerga en
general. Esto sucede en su gran mayoría porque se enfocan desde el
prisma equivocado, una visión de adulto no puede entender la visión
de un adolescente, sobre todo, porque muchos adultos parece que han
olvidado aquella etapa de sus vidas. Al igual que un adolescente no
puede hacerse una idea exacta de lo que conlleva la complicada vida y
trajín de un adulto, para hacer un retrato cercano a lo que siente
un joven de 16 años, debemos hacer un ejercicio mental de
retrotraernos a nuestra juventud. He ahí donde funciona Stephen
Chbosky, contando con especial preocupación y mimo la historia de
Charlie, un chaval retraído, con dificultades para hacer amigos,
que, por si fuera poco, debe hacer frente a los traumas que le
suponen el suicidio de su, hasta entonces, mejor amigo, y el
accidente de su tía.
Quienes tras ver el
título piensen que estamos ante una comedia más juvenil, no pueden
estar más equivocados, de hecho, aunque algún toque generoso de
humor destile (sobre todo a un Ezra Miller en estado de gracia) la
base del guión destila más dramatismo que comedia. Sea como sea, si
un drama cómico o una comedia dramática, las sensaciones van y
vienen de un lado a otro, sin llegar ni a amargar ni a causar la risa
incontrolada. Este es otro punto a favor de la película, su
contención de emociones, dosificadas para no saturar pero repartidas
sabiamente para mantener la atención y el entusiasmo de quien desde
los primeros minutos se enganche a la vidas de estos seres
'socialmente invisibles'.
Enmarcada en los 90, años
de las cassetes y libros de papel, todo muy alejado de la era
cibernética, su discurso generacional se proclama, a su vez, en un
discurso universal, de todo aquel adolescente perdido en un mundo que
se le presenta inaccesible por ser de forma distinta a los demás,
alguien con personalidad en un mundo impersonal. Este discurso
responde a una llamada a la sensatez, un grito silencioso de aquellos
'marginados' que susurran en sus diarios “escribe sobre nosotros”
con la esperanza de encontrar a gente afín a sus gustos, con la que
soportar los interminables días hasta dejar el instituto.
Así, Charlie encuentra
en Sam y Patrick todo lo que necesita para ser feliz, un trío
protagonista que funciona por separado pero que en conjunto destila
más simpatía. Y lo mejor de todo es que tras todo ese dramatismo,
se vislumbra la luz de la esperanza, en ese grupo de amigos
estrambóticos por separado, pero que forman un grupo sólido, como
si fueran piezas de un puzzle destinadas a encajar entre sí.
Momentos como los de tomarse un batido, grabarse una cassette con
canciones, representar The rocky horror picture show o levantarse
con los brazos estirados en medio de la velocidad de la noche
gritando “somos infinitos” a ritmo de Bowie. Y estos momentos son
los que merecen la pena y, en el recuerdo, los que ganarán las
batallas a las penas.
Con una fabulosa banda
sonora que recopila temas de The Smiths, New Order, The Samples,
Sonic Youth o del mencionado David Bowie, la sensación de estar ante
un imperfecto pero fascinante relato es lo que queda tras acabar la
película, una obra que seguramente con el paso del tiempo será
recordada por las futuras generaciones como lo es El club de los
cinco o Cuenta conmigo.
7,5/10
Muy buena película y muy grande Ezra Miller, este chaval apunta alto, esperemos que no se estrelle :)
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