sábado, 9 de febrero de 2013

Las ventajas de ser un marginado: El lado bueno de las cosas


El panorama cinematográfico siempre ha estado saturado de comedias adolescentes de instituto, y, en la mayoría de casos, dando una visión ridícula de estos mismos, caricaturizada, como si todo adolescente fuera un descerebrado pegote de hormonas con patas que sólo se preocupase por la reputación, el deporte, el sexo, las drogas y la juerga en general. Esto sucede en su gran mayoría porque se enfocan desde el prisma equivocado, una visión de adulto no puede entender la visión de un adolescente, sobre todo, porque muchos adultos parece que han olvidado aquella etapa de sus vidas. Al igual que un adolescente no puede hacerse una idea exacta de lo que conlleva la complicada vida y trajín de un adulto, para hacer un retrato cercano a lo que siente un joven de 16 años, debemos hacer un ejercicio mental de retrotraernos a nuestra juventud. He ahí donde funciona Stephen Chbosky, contando con especial preocupación y mimo la historia de Charlie, un chaval retraído, con dificultades para hacer amigos, que, por si fuera poco, debe hacer frente a los traumas que le suponen el suicidio de su, hasta entonces, mejor amigo, y el accidente de su tía.


Quienes tras ver el título piensen que estamos ante una comedia más juvenil, no pueden estar más equivocados, de hecho, aunque algún toque generoso de humor destile (sobre todo a un Ezra Miller en estado de gracia) la base del guión destila más dramatismo que comedia. Sea como sea, si un drama cómico o una comedia dramática, las sensaciones van y vienen de un lado a otro, sin llegar ni a amargar ni a causar la risa incontrolada. Este es otro punto a favor de la película, su contención de emociones, dosificadas para no saturar pero repartidas sabiamente para mantener la atención y el entusiasmo de quien desde los primeros minutos se enganche a la vidas de estos seres 'socialmente invisibles'.


Enmarcada en los 90, años de las cassetes y libros de papel, todo muy alejado de la era cibernética, su discurso generacional se proclama, a su vez, en un discurso universal, de todo aquel adolescente perdido en un mundo que se le presenta inaccesible por ser de forma distinta a los demás, alguien con personalidad en un mundo impersonal. Este discurso responde a una llamada a la sensatez, un grito silencioso de aquellos 'marginados' que susurran en sus diarios “escribe sobre nosotros” con la esperanza de encontrar a gente afín a sus gustos, con la que soportar los interminables días hasta dejar el instituto.
Así, Charlie encuentra en Sam y Patrick todo lo que necesita para ser feliz, un trío protagonista que funciona por separado pero que en conjunto destila más simpatía. Y lo mejor de todo es que tras todo ese dramatismo, se vislumbra la luz de la esperanza, en ese grupo de amigos estrambóticos por separado, pero que forman un grupo sólido, como si fueran piezas de un puzzle destinadas a encajar entre sí. Momentos como los de tomarse un batido, grabarse una cassette con canciones, representar The rocky horror picture show o levantarse con los brazos estirados en medio de la velocidad de la noche gritando “somos infinitos” a ritmo de Bowie. Y estos momentos son los que merecen la pena y, en el recuerdo, los que ganarán las batallas a las penas.


Con una fabulosa banda sonora que recopila temas de The Smiths, New Order, The Samples, Sonic Youth o del mencionado David Bowie, la sensación de estar ante un imperfecto pero fascinante relato es lo que queda tras acabar la película, una obra que seguramente con el paso del tiempo será recordada por las futuras generaciones como lo es El club de los cinco o Cuenta conmigo.

7,5/10

1 comentario:

  1. Muy buena película y muy grande Ezra Miller, este chaval apunta alto, esperemos que no se estrelle :)

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