jueves, 14 de abril de 2016

Mi amor. La posesión.

Título original:
Mon Roi
Año:
2015
Fecha de estreno:
15 de abril de 2016
Duración:
128 min
País:
Francia
Director:
Maïwenn
Reparto:
Emmanuelle Bercot, Vincent Cassel, Louis Garrel, Isild Le Besco, Chrystèle Saint Louis Augustin, Patrick Raynal
Distribuidora:
Golem


En una de las escenas de Mi amor, Giorgio (Vincent Cassel) compara su relación de pareja con un electrocardiograma. Las relaciones fluctúan, tienen picos, si no, estás muerto. Tony (Emmanuelle Bercot) sólo buscaba estabilidad en su romance con Giorgio, un romance que ya nació condenado pues apenas tenían nada en común. Tras diez años de relación errática, Tony se provoca un accidente de esquí para reflexionar. En la clínica de recuperación, hará balance de la convulsa última década vivida. Herirse a uno mismo para sanarse.

La evidente y burda metáfora (por obvia) de recuperación aparece en los primeros compases de la película remarcada por esa psicología de saldo recitada por la doctora (capaz de relacionar la rodilla con la relación marital). Maïwenn, directora y coguionista junto a Etienne Comar de Mi amor, emplea la herida como punto de inflexión para reconstruir un amor obsesivo, adictivo, destructivo, masoquista. La fórmula estructural elegida ha sido utilizada con frecuencia en el cine. La narración, plagada de extensos flashbacks, va variando del pasado con esa relación idílica, al presente en la clínica de recuperación.


Se trata de una forma paulatina de reconstruir la historia, dando información con cuentagotas y mostrada siempre desde el punto de vista de ella. Ojo, al hombre no se le demoniza pues ella le ve como su rey -aludiendo al título original de la película-, su chico ideal. De hecho, la fricción del paso del tiempo no está bien plasmada en Mi amor. Tal y como está escrita, parece que Giorgio cambie de la noche a la mañana, no hay síntomas de enfermedad en la relación. Sólo cuando ella queda embarazada -a petición de él- se produce el giro. Ahí empieza la depresión y el abismo hacia la destrucción -sentimental- de la protagonista, quien hace oídos sordos a las advertencias de un amor tóxico de los personajes secundarios (unos divertidos Louis Garrel e Isild Le Besco).


Si le achacamos algo negativo a Maïwenn es en el montaje. La fragmentación temporal se siente como unas escaleras demasiado empinadas para subirlas y comprender las motivaciones de sus personajes. Y eso es un fallo gordo porque la directora juega con el tratamiento verídico en su trama, enfocándose en el trabajo con los personajes y, por ende, los actores. El ámbito interpretativo brilla a buen nivel. Por un lado, Bercot con su interpretación fuerte y rayante en lo histérico (se llevó el premio como actriz en Cannes) y, por otro, Cassel en el papel de embaucador con encanto, pues aún viendo su carácter liberal te enamoras de él. Ambos muestran química juntos y una naturalidad explícita en su relación.

Las más de dos horas de duración pasan factura en el cómputo global de la película. Maïween había triunfado con su anterior filme Polisse, con el cual incluso obtuvo el premio especial del Jurado en Cannes, pero su nuevo trabajo se siente fraccionado, como su montaje: pesado, mal explicado aunque con un buen plantel de actores. Eso sí, el final, ambiguo, dará que pensar sobre lo visto en pantalla, sobre ese amor/obsesión/posesión quizá incurable.

6/10

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