A un servidor le provoca cierto hormigueo en el estomago a la hora de ver una película las dos palabras que forman el nombre de la corriente cinematográfica que se extendió a partir de los 50 en Francia y es que, hasta la fecha, no he visto película mala dentro de esta corriente. Personalmente, me parece el mejor movimiento de renovación del cine europeo, aunque el neorealismo italiano contiene clásicos como Roma Ciudad abierta o El ladrón de bicicletas, mirando con cierta perspectiva y, como ya digo, desde un punto de vista personal, la Nouvelle Vague me resulta más atractiva. Como todo, hay gente que no estará de acuerdo con estas palabras y sobretodo si nombramos al abanderado de este movimiento, Jean-Luc Godard, que parece ser el cineasta con más enemigos de la historia del cine.
Hasta hace una semana, el nombre de Agnès Varda me sonaba muy poco, lo había leído aquí y allá, pero nunca había hecho el ánimo de investigar, pese a las simpatías que evidentemente ha despertado en mi. Hace una semana vi por primera vez una película suya, Sans toit ni loi, y me conquistó por completo. La dirección impecable, la historia, el realismo y crudeza con el que está filmada me causaron mucha impresión. Al poco de esta primera experiencia, di con la película que nos ocupa y, como confirman estas líneas, Agnès Varda ya será un nombre que nunca olvidaré. Cleo de 5 a 7 es la confirmación de una directora que me va a dar muchas alegrías cinéfilas en el futuro. O eso espero.