viernes, 19 de abril de 2013

Un été brûlant (Un verano ardiente): La relación perfecta (ni a Garrel le importa el público ni al público su película)

UN ÉTÉ BRÛLANT
(UN VERANO ARDIENTE)



La verdad, una vez vista Un été brûlant, no es de extrañar el abucheo tras su finalización en el Festival de Venecia, quizás un tanto exagerado, pero no me sorprende en absoluto.
Y es que un director como Philippe Garrel, que dice que no hace películas para el público, sino en nombre del arte... pues hasta parece casi normal que reciba estos “honores”.

La historia, a modo de flashback, cuenta cuando Paul conoce a un pintor llamado Frédéric que está profundamente enamorado de su pareja, la bella actriz Angèle. Paul acude a verla a un rodaje y se fija en otra mujer: Élisabeth. Las dos parejas deciden pasar unos días en Roma para conocerse mejor, pero pronto entra en juego Roland, que se enamorará de Angèle y romperá el equilibrio de ambas parejas.

Rodeado de su familia (incluido el “abuelo” Maurice Garrel, el cual murió sin ver estrenada la película) como suele ya ser costumbre, los Garrel se meten en dos años de interminables ensayos, para, después, rodar toda la película en toma única. Curioso método, muy acorde a alguien que nació en los años de la Nouvelle Vague y que aún sigue experimentando, buscando ese arte, más allá de la historia en sí, de personajes y situaciones concretas. Y así pasa, que la historia queda vacua e insustancial, los personajes no transmiten las emociones de las que hablan y el drama romántico acaba importando bien poco. ¿Y la reflexión del arte y todo aquello? Pues alguno le sabrá ver sus virtudes, pero para los que buscamos películas y no ensayos ni teoremas existencialistas, aquí hay poco donde rascar.


Y lo curioso es que en su anterior trabajo, La frontera del Alba, que a todas luces parece más pretencioso que éste, lo encuentro más logrado y sumamente más interesante, a ambos niveles.
Aquí, hasta el título parece fuera de lugar, ni siquiera Bellucci irradia esa belleza natural en el desnudo gratuito de turno.
La voz en off es la encargada de sacar adelante un ritmo poco fluido, pero que realmente este no es el motivo de su pesadez, sino el poco interés que suscitan los hechos que acontecen en la película.
Tan sólo destaca de la insustancialidad el largo baile de Bellucci y Vladislav, algo de vida entre celos, llantos y besos de cartón-piedra.
Quizás, otro de los hechos fundamentales de que pase tan desapercibida para el espectador es que la pareja secundaria, los amigos de los supuestos protagonistas, encarnados por Céline Sallette y Jérôme Robart, llegan a ser casi más carismáticos que éstos.

Poco rescatable en una película donde hasta la música parece a veces mal coordinada con la imagen, como queriendo contar cada una cosas distintas, una película que realmente no es mala ni buena, sino anodina y desalmada, un lienzo de contornos sin relleno.

5/10

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