lunes, 16 de diciembre de 2013

Mucho ruido y pocas nueces. La grandeza del minimalismo.



El imperecedero William Shakespeare, a través de sus obras, ha sido una enorme influencia durante cuatrocientos años para los artistas y en cada una de sus vertientes artísticas.
Así, el séptimo arte ha sido testigo de como obras de la categoría de Hamlet, Romeo y Julieta, Otelo, El mercader de Venecia, El sueño de una noche de verano o Enrique VIII han sido llevadas a la gran pantalla, con mejor o peor fortuna, pero siempre demostrando que su genio y pluma son atemporales.

Asimismo, también se ha probado a descontextualizar su obra y llevarla a la actualidad, dándole un enfoque moderno pero con la esencia antigua, como hizo Baz Luhrmann en Romeo + Julieta o más recientemente Ralph Fiennes con Coriolanus y ahora Joss Whedon hace lo propio con Mucho ruido y pocas nueces.
Al contrario que la película británica de 1993 de Kenneth Branagh, Whedon apuesta por una obra intimista, enfocada en la actualidad, rodada en blanco y negro, pero utilizando el libreto y los diálogos de la obra, sin reescribirlos. 

Así de primeras, esto puede descolocar al principio, hasta que la mente asimile que aunque hablemos de príncipes, condes y doncellas, llevan móviles y coches actuales. Esto le ocurría también a Coriolanus, pero a diferencia con aquella, ésta es una comedia, lo que hace que estos detalles, una vez asimilados, sea un añadido más al espíritu festivalero con el que acomete el director su película. Y es que digan si no es amor por la obra rodar junto a su esposa Kai (productora) una película en 12 días (días que tenía de descanso entre el rodaje de Los vengadores y su montaje), en su propia casa, con amigos íntimos, donde él mismo dirige, escribe las escenas y hasta compone la banda sonora.

La doble historia de amor la componen las parejas Beatrice-Benedick y Claudio-Hero, donde no fallan los malentendidos, las traiciones, los celestinos o las escuchas a hurtadillas. De hecho, es la escena en que engañan sus amigos tanto a Beatrice como a Benedick, hablando de ellos a sabiendas de que les están escuchando a escondidas, una de las más divertidas de la película.
En general, los actores hacen un papel carismático y sostienen en su mayoría el proyecto, como suele pasar en las películas de una base teatral tan marcada. La gran mayoría ya habían trabajado con Whedon: Amy Acker (Beatrice) y Fran Kranz (Claudio) ya habían colaborado en La cabaña en el bosque (que también se estrenó este año), Alexis Denisof (Benedick) salía en Los Vengadores, así como en las series Buffy Cazavampiros y Angel (también le conocemos por el papel del presentador de noticias Sandy Rivers, en Cómo conocí a tu madre), Nathan Fillion (Dogberry) trabajó en Serenity y Buffy Cazavampiros, Sean Maher (Don John) actuó en Firefly y Serenity y Jillian Morgese (Hero) salía como extra en Los Vengadores, pero realmente es en Mucho ruido y pocas nueces donde tiene su primer papel en un largometraje.


Solamente el personaje de Nathan Fillion es un poco caricaturesco y está pasado de rosca (con su “me han llamado asno”), pero no es tampoco una pega en una película tan sencilla como su fotografía minimalista y alegre como la sonrisa final que deja en el espectador. Más allá de su apariencia de telenovela culebronesca, se levanta una comedia sofisticada sobre la locura del amor.
Sin duda, una obra loable hecha con escaso tiempo y medios pero compensada con gran devoción por lo que se quiere contar y un gran talento artístico que lo plasma en el celuloide, y así lo habrán visto los críticos norteamericanos cuando la han incluido en su top 10 de películas independientes del National Board Review de 2013.
Una película que, además, gana con el recuerdo.

7/10

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