viernes, 18 de enero de 2013

Paul Thomas Anderson y la fe.


Después de 5 años desde Pozos de ambición la verdad es que tenía ganas de volver a ver una película de este director, sobretodo porque iba a ser la primera vez que iba a ver una película suya en el cine. Me hubiera gustado haberla visto en VOSE, pero no ha podido ser.

De la personalidad del director ya está todo más claro, desde Sydney, una obra menor, pero disfrutable, donde la temática del juego y las relaciones entre los personajes, la ambición y la avaricia son mostradas de forma impecable, pasando por Boogie Nights y Magnolia que ya muestran a un Anderson maduro, sobretodo en la primera, que personalmente es la que más me gusta de esta etapa. De nuevo la condición del ser humano contemporáneo es analizada con meticulosidad, dosis de humor y mucho acierto. Resumir una época y a la vez perfilar tu estilo no es algo fácil de hacer. Entre medias experimentó con el amor y la locura que a veces lleva de la mano en Punch Drunk love y por último Pozos de ambición su ultima película y hasta la fecha la que más me gustaba de él.Todo me gustaba, desde la fotografía de Robert Elswit, uno de mis preferidos en la actualidad, pasando por la música de Jonny Greenwood, excelente, perturbadora y misteriosa, que dota a la película de un aura de especial y por supuesto la interpretación de Daniel Day-Lewis. Un nuevo rumbo en la obra de Anderson y un nuevo logro.

¿Qué más podía esperar de él?



No obstante cuando, a través de los pocos trailers e imágenes, fui viendo lo que estaba preparando mi expectación creció. Ya sólo el hecho de tener en el reparto a Joaquin Phoenix, uno de los actores más interesantes que he tenido el gusto de ver y disfrutar, junto con  Philip Seymour Hoffman y Amy Adams grandes actores ambos, sobretodo el camaleónico Hoffman, actor habitual de Anderson, merecía la pena esperar. Intento mantenerme alejado de cualquier información sobre ella, todo lo que mi curiosidad me lo permite, pero resulta difícil hasta que llega el momento en el que me siento en el cine y comienzo a disfrutar.

 Anderson se vuelve quizá un poco más indeterminado que en otras películas, alejándose de una trama concreta o un escenario en particular, para mostrarnos el ascenso de una sesta y como su líder va creando una compleja red de seguidores que se extenderá rápidamente. Es curioso como Anderson esquiva hacer un juicio personal sobre lo que se nos está contando e incluso inventa un nombre para su secta sin referirse explícitamente a La Cienciología, incluso el aspecto de Hoffman recuerda a Ronald Hubbard, el fundador de dicha secta. Desde luego es una sutileza muy acertada. 

Joaquin Phoenix interpreta a Freddie Quell, un ex militar de la 2ª GGMM con no pocos problemas mentales que malvive a base de alcohol. Una pieza rota más de un puzle que es la américa de mitad de siglo. La prepotencia con la que los victoriosos soldados desfilan mientras los pomposos discursos desde lo alto de la tribuna alaban a una América victoriosa, cuyo sacrificio, necesario y ungido por la gracia de Dios, ha llevado a una época de paz, no tienen nada que ver con Freddie Quell, un hombre amargado, atormentado. Anderson, desde mi punto de vista, consigue de forma magistral que nos identifiquemos con este personaje, sin llegar a juzgar de una forma directa, lo cual me parece un logro impresionante. Evidentemente, esta efervescencia, este pseudo estado de exaltación en está época en concreto, hace posible la aparición de personajes que creen poderse aprovechar de esto.



Es en este contexto en el que los dos personajes protagonistas se unen para dar forma a un relato perturbador sobre el poder de la mente como instrumento de manipulación, sobre la relación entre el discípulo desconcertado y el maestro que cree poder arreglar la vida de este discípulo. El discurso de Lancaster Dodd (Hoffman) es ambiguo, oscuro y nada claro. Un discurso sobre la razón, sobre la predestinación y el poder de creerse un ser superior puesto ahí por no se sabe muy bien qué fuerzas con las intención de poder llegar a ser  un ser superior o la creencia en la rencarnación y el concepto de alma rencarnada. Multitud de religiones y preceptos se hacen patentes en las palabras de Lancaster con la intención de crear un compendio de dudoso funcionamiento con el que poder atraer a los más débiles. Son, sin duda, los momentos más extraños de la película, aquellos en los que las palabras de Lancaster resuenan de forma amable, creíbles y Freddie Quell comienza a dudar. La compleja relación entre ambos y el tratamiento tan sencillo y a la vez lleno de naturalidad y por momentos poesía, es digno de ser recordado.  Por otro lado, tenemos la relación de estos dos protagonistas con los personajes cercanos y es aquí cuando de nuevo Anderson nos de muestra lo certero que puede llegar a ser. En primer lugar, no nos satura con multitud de secundarios, sino que selecciona varios personajes que ayudan a completar esta historia. Peggy Dodd  (Amy Adams), la mujer de Lancaster, hace un papel importantísimo, que nos da las claves, muchas veces implicitas, sobre su marido o su relación con sus discípulos. Creo que es un personaje interesantísimo y lleno de detalles que resultarán reveladores. A título personal decir que como actriz me parece estupenda y espero que se lleve algún premio porque se lo merece. 

A nivel de dirección de actores, quizá Anderson sea el director que más matices y detalles sabe sacar a sus actores. Trier, Tarantino o Fincher estarían entre otros directores a los que considero buenos en el trabajo con actores. Joaquin Phoenix realiza un trabajo de introspección impresionante, llegando a ser doloroso verlo actuar. Philip Seymour Hoffman borda el papel de maestro, de guía. Es amable, carismático y está lleno de matices y por último Amy Adams que como ya he dicho me parece una gran actriz y verdaderamente estaba deseando que alguien como Anderson confiara en ella. Anderson sabe dirigir a los actores sabe ponerlos en el lugar adecuado y saber hacer que actúen. Los movimientos constantes de la cámara, su signo característico, contrastan con planos fijos de enorme dramatismo. Es en este momento cuando sabe imprimir el ritmo necesario, sabe decir lo que hay que hacer y como hacerlo. La meticulosidad de los planos, cuyos encuadres perfectos funcionan de forma descriptiva más allá de un mero ejercicio de estilo, por otro lado impecable, son uno de los logros más importantes respecto a sus otras obras.

En el apartado musical repite con Jonny Greenwood, con el que ya trabajo en Pozos de ambición. Sólo por escuchar la música de este hombre en el cine ya merece la pena pagar la entrada. Sus disonancias, sus acordes mayores quebrados e incompletos son perfectos para que crear tensión y desconcierto, así como enfatizar lo justo algún que otro momento dramático.  Es la evolución de la música típicamente Hollywoodiense reinventada por Greenwood y al servicio de Anderson como catalizador del conjunto.

En definitiva, una obra excelente que seguramente se revalorizará con el tiempo y que sin duda no dejará a nadie indiferente. Anderson te puede gustar, te puede no gustar, pero desde luego es imposible que te deje indiferente. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. El cine de Anderson es complejo, falto de repuestas y ambiguo. Está lleno de detalles, de esquinas donde la complejidad de los personajes y las situaciones se resguardan para que no sea fácil encontrarlas. 

Nota: 9/10

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