La diosa de los pies de barro

Empecemos por el principio: “Mi semana con Marilyn” no es una gran película. Es, eso sí, una película dotada de un alma especial, un alma que se llama Michelle Williams; y es que, sin ella, la cinta de Simon Curtis hubiese sido muy distinta, probablemente para mal.

Basada en dos libros escritos por el documentalista y escritor Colin Clark, “Mi semana con Marilyn” narra la experiencia del propio Clark como asistente de dirección en el rodaje de “El príncipe y la corista”, que protagonizaron Laurence Olivier (también director de la misma) y Marilyn Monroe, en la única ocasión en que la actriz rodó en Europa. El eje alrededor del cual gira la historia es la relación de “amistad amorosa” que Clark afirmó haber mantenido con Marilyn durante el tiempo que ésta pasó en Inglaterra.

Lo primero que se puede decir de “Mi semana con Marilyn” es que es una película de factura 100% británica, aunque cuente con parte de producción americana a través de los hermanos Weinstein. Todo, desde el diseño artístico hasta la fotografía, pasando por la dirección de Curtis, respiran anglofilia por los cuatro costados; eso por no hablar de la retahíla de actores británicos que aparecen en papeles casi testimoniales: desde un Kenneth Branagh que se lo está pasando en grande dando vida a su gran referente, Sir Laurence Olivier, o la siempre excelente Judi Dench (encarnando a Dame Sybil Thorndike, una de las grandes de la escena inglesa) a Derek Jacobi o Toby Jones -en personajes que son meros cameos-, pasando por una desganada Emma Watson, cuyo personaje es absolutamente prescindible, o por el protagonista, Eddie Redmayne (al que vimos encarnando a Jack Jackson en “Los Pilares de la Tierra”), quien se erige en uno de los mayores escollos de la película, al carecer completamente de cualquier carisma que pueda suplir las carencias de un guión del que, seamos sinceros, no tiene demasiado material que sacar.


Porque, claro está, la estrella del show es Michelle Williams. O, mejor dicho, Marilyn Monroe reencarnada, y nunca una palabra describió tan bien una sensación. La intérprete de “Blue Valentine” ha conseguido canalizar a Marilyn hasta niveles sensacionales, incluyendo su muy particular forma de moverse y su no menos reconocible forma de cantar (de hecho, pensé que las canciones eran playbacks con la voz de Marilyn hasta que vi los títulos de crédito). Pero no se queda ahí: si la interpretación de Williams es tan buena, es porque también canaliza a la Marilyn persona, insegura, frágil y ansiosa de reconocimiento y amor, a la que tan pocos supieron entender en su día. Es aquí donde Williams brilla con luz propia, y lo que convierte un trabajo bueno en algo superlativo; es por eso también que da rabia que Meryl Streep se vaya a llevar el Oscar por su interpretación de Margaret Thatcher, cuando no le llega ni a la suela de los zapatos a lo que ha hecho Michelle Williams con Marilyn Monroe.

Resumiendo, una película sencilla, correcta y poco más, que podría haber pasado sin pena ni gloria de no ser por el sensacional, glorioso y lamentablemente infravalorado trabajo de Michelle Williams, quien, una vez más, vuelve a demostrar que en las nuevas generaciones sí hay actrices con un talento inmenso.