Sunshine on leith
Año:
2013
Fecha de estreno:
19 de Junio de 2014
Duración:
100 min
País:
Reino Unido
Director:
Dexter Fletcher
Reparto:
Peter Mullan, Jane Horrocks, Antonia Thomas, Jason Flemyng, Freya Mavor, Paul Brannigan, George MacKay, Kevin Guthrie
Distribuidora:
Filmax
El verano está a la
vuelta de la esquina y la masa gris ya pide irse de vacaciones.
Películas de robots montados en dinosaurios, simios repartiendo
estopa o mutantes que viajan al pasado ya tienen su asiento
reservado, pero, a veces, hasta para desconectar hace falta un
mínimo. Y Amanece en Edimburgo está tan rozando la línea
que hay que pitarle la falta. Y esto lo dice un amante de los
musicales, así que no me quiero poner en la situación del resto de
espectadores ajenos a este género.
El director de la función
es Dexter Fletcher, que algunos recordarán como el chavalín Baby
Face de Bugsy Malone (ha llovido, sí), otros como Soap en
Lock & Stock. Ahora tras las cámaras, tras un, dicen,
gran debut con Wild Bill (tengo ganas de verla) ahora cambia
totalmente de vertiente y se atreve con la adaptación del exitoso
musical Sunshine on leith, de Stephen Greenhorn, creando una
historia a partir de las canciones del famoso grupo escocés The
proclaimers.
Quizás parte de ese
éxito del musical en Escocia radique en sus raíces tan autóctonas,
tanto en las canciones como en la historia, pero la película,
difícilmente veo que pueda tener ese éxito a nivel internacional,
sobre todo cuando presentas un musical sin apenas coreografías y con
canciones que parecen insertadas en una historia, más que fluir
junto a ella.
Tampoco ayuda tener una
historia 100% previsible y demasiado edulcorada sin hacer partícipe
al espectador de este buenrollismo de postín.
Amanece en Edimburgo
nos sitúa en la vuelta de dos amigos, Davy y Ally, tras su servicio
en la Guerra de Afganistán y su reencuentro con su familia y novias.
Abriéndose la narración en tres historias (la historia de los
padres de Davy, Davy e Yvonne, y Ally con la hermana de Davy, Liz) se
tratan temas como la familia, la amistad, el amor pero con la técnica
del churrero: coges todos los ingredientes, los metes a la freidora y
lo que salga.
Pero de historias blandas
y facilonas estamos curados de espanto, de hecho, los musicales
clásicos de Gene Kelly y Stanley Donnen no es que fueran mucho más
profundos, pero ofrecían grandes coreografías que te hacían
menearte en el asiento, canciones simpáticas que canturrear al salir
y el carisma de unos protagonistas a los que admirar. Y ninguna de
esas cualidades aparece en la película de Fletcher.
Como adelantaba, este es
uno de los “musicales menos musicales”, en el sentido
coreográfico, que he visto que recuerde ahora mismo. Quitando la
canción del final y alguna otra (tampoco especialmente trabajadas)
la mayoría de canciones pasan por ser cantadas pero sin alardes
vistosos, lo que desluce un poco la película como musical. Además,
añade a esto que las canciones no tienen en muchas ocasiones la
fuerza necesaria y tampoco hacen evolucionar la historia, sino que
son más un englobado de sensaciones y sentimientos de los
protagonistas, pero descafeinadas. Los actores no es que estén mal,
pero ninguno me acaba llamando especialmente la atención, lo que no
habla mucho a su favor (o de sus personajes más bien). ¿Puntos a
favor? Edimburgo, esa bella ciudad y algún número algo más
gracioso que la media, como el del pub. Y que no se hace pesada. Poco
más.
Y es que un musical que
aspira a ser la película buenrollista del verano y que salgas
cantando, pero que ni ofrece una historia atractiva, ni momentos
musicales llamativos y en general la película acaba siendo un
conglomerado de emotividad gratuita que, para conseguir este alarde
de falsa felicidad, en una se inventa una reconciliación en base a
lo más chabacano (un leve infarto y ale, olvidados los problemas) y
hasta obvia finalizar la historia que a todas luces no pintaba con el
happy ending de rigor.
Para disfrutar de las
vistas de Edimburgo y lamentarse de lo que pudo ser y no fue.
4,5/10
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