Después
de un satisfactorio recorrido por los festivales tanto de temática
gay/lesbiana como de reputado nombre, entre los que destacaría el
Teddy bear en Berlín, las nominaciones a los Independent
Spirit Awards, Sundance o Tribeca; Ira Sachs, que ya sabía lo que
era triunfar en Sundance con Forty Shades of Blue (premio del
jurado en 2005), nos presenta un romántico drama intimista en la
convulsa ciudad de Nueva York.
Basada
en una historia autobiográfica e inspirada en películas como Los
chicos están bien de Lisa Cholodenko, Miradas en la despedida
de Bill Sherwood y Before i forget de Jacques Nolot; Keep
the lights on nos adentra de lleno en el viaje emocional que
supone la relación de dos hombres durante una década, mostrando el
amor en todas sus manifestaciones.
La
película tiene clara su vocación universal en cuanto al relato,
como el mismo matiza: “no tenía por qué aproximarme a ella
necesariamente como una película sobre la vida gay per se sino
como una película sobre una relación de pareja en Nueva York – en
ese momento en concreto – que resulta ser entre dos hombres". Esto
constituye un interesante estudio de unos personajes que el
espectador siente muy cercanos y su relación en pareja y los retos
que conlleva.
Sin
duda, lo más destacado de la película es la cercanía y sinceridad
con que está contada la historia (algo tendrá que ver que sea
autobiográfica), y la interpretación de Thure Lindhardt, uno de los
grandes actores emergentes de su generación en Dinamarca que
destaca, sobre todo, por las arriesgadas elecciones de sus
personajes.
Lindhart
debutó en el cine en 1987 con Pelle,
el conquistador,
y destacando sobre todo en la película de Ole Christian Madsen Flame
y Citron
junto a Mads Mikkelsen.
El
joven actor de 39 años ya ha dado el salto a Hollywood, participando
en Hacia
Rutas Salvajes,
Ángeles y
Demonios
o en la reciente Fast
& Furious 6,
y próximamente le podremos ver en Bizantium,
la nueva película de Neil Jordan.
En
Keep the
lights on,
Lindhardt soporta el mayor peso de la película, destacando por su
papel inocente y tierno, pero encima de su compañero de reparto,
quizás porque tiene un papel menos agraciado o porque no sabe
otorgarle un sello propio, pero el caso es que a las semanas de haber
visto la película, si algo permanece en la memoria, es la actuación
de Lindhardt.
Entre
los secundarios, destacamos a Paprika Steen, veterana actriz danesa
que realiza el papel de amiga íntima del personaje que interpreta
Lindhardt, que además ya pudimos ver en Noche
de vino y copas.
Gran
parte de culpa de esa cercanía del relato recae en la sencilla
fotografía de Thimios Bakatakis, conocido sobre todo por su
trabajo en Canino, la cual fue nominada al Oscar a mejor película de habla no inglesa.
Plagada de tonos cálidos donde predomina el amarillo y los planos
medios, su composición aporta la intimidad que requiere la historia y
que ya empieza desde su acertado título (menos mal que no lo han
traducido)
y promueve su director. Un gran acierto.
Lo
peor es que llega un tramo que el espectador se cansa de tanto ir y
venir en la relación y acaba perdiendo cierto interés en ella. Es
curioso como un ejercicio tan íntimo y cercano puede a veces
distanciarse tanto de nosotros y no implicarnos debidamente.
Dentro
del apartado menos destacable englobaríamos su banda sonora, que si
bien acompaña a la historia sin desentonar, tampoco es que destaque
especialmente.
Con
todo, se erige como una más que interesante propuesta dentro de las
películas de temática gay de los últimos años, por la sinceridad
del relato y la actuación de Thure
Lindhardt, aunque con la amarga sensación de perder fuelle mientras
avanza en la historia y no implicando al espectador tanto como se
desease.
6/10
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