Populaire supone
el debut en la dirección de Régis Roinsard, por la que recibió una
de las 5 nominaciones en total que obtuvo la película en los premios
César.
A
Régis le surgió la idea de hacer una película sobre los concursos
de mecanografía tras ver un documental sobre la historia de las
máquinas de escribir, donde se incluía una secuencia sobre un
concurso de mecanografía. A partir de ahí empezó a recopilar
información sobre este singular “deporte” hasta llegar a
formarse el guión de esta singular historia que tiene lugar en la
primavera de 1958. La
joven Rose Pamphyle vive con su padre, un viudo cascarrabias que
dirige la tienda del pueblo. Comprometida con el hijo del mecánico
local, parece destinada a la vida tranquila y monótona de un ama de
casa. Pero no es eso lo que ella desea. Cuando viaja a Lisieaux, en
Normandía, dónde
el carismático jefe de una agencia de seguros,
Louis Echard busca una secretaria, la entrevista de trabajo resulta
un desastre. Pero Rose revela un don especial, puede mecanografiar a
una velocidad extraordinaria.
Inconscientemente,
la joven despierta el durmiente espíritu de competición de Louis.
Si Rose quiere el trabajo tendrá que participar en una competición
de mecanografía. Cualquiera que sean los sacrificios que tenga que
hacer, Louis se declara su entrenador. La convertirá en la chica más
rápida no solo del país, sino del mundo. Pero el amor al deporte no
siempre combina bien con el amor a secas.
Régis
siempre tuvo presente durante el proyecto lo que quería para su
película, y su amor al cine de los 50 y 60, la estética de Jacques
Demy, la comedia de Stanley Donen y Billy Wilder o el encanto de
Audrey Hepburn o Marilyn Monroe están presentes en Populaire, aunque
Régis lo adapte a su manera.
Ya
en los créditos iniciales nos metemos de lleno en la situación
temporal, todo un homenaje a una época y una declaración de
intenciones para con el espectador.
Eran
los años precedentes a la liberalización de la mujer, las cuales
soñaban, como la protagonista, con ser secretarias y despuntar a la
moda de París. La competitividad era tal que hasta en los
curriculums se incluían las pulsaciones por minuto. La rapidez era
fundamental y ese deseo se extrapola a sus personajes, donde Rose
desea abandonar su pueblo para destacar.
Todo
este aire de superación a lo Rocky, con entrenamiento incluido,
viene de la mano de la guapa Déborah François, que ya despuntaba
maneras en El
niño
de los hermanos Dardenne y en El
primer día del resto de tu vida de
Bezançon. Con el estilo y la belleza de Shirley MacLaine y Audrey
Hepburn, su fragilidad pero a la vez fuerza y voluntad para
conquistar el mundo si hace falta, François se come la pantalla,
irradia magnetismo. Además, el entrenamiento que hace en la película
aprendiendo mecanografía fue casi real, pues François le dedicó de
dos a las tres horas al día durante tres meses en la fase de
preparación, y luego durante el rodaje, a formarse como mecanógrafa.
No
se queda atrás Romain Duris, el cual estuvo siguiendo a un
entrenador de fútbol para opreparar su papel. Duris, cada vez más
popular y con la chispa de siempre para la comedia, posee un encanto
extraño, y el personaje le queda perfecto. Misterioso pero a la vez
simpático.
Bénérice,
guapa como de costumbre, aquí relegada a un papel más secundario
pero no por ello menos importante, juega un papel vital, sobre todo
para el personaje de Romain Duris y su evolución interna.
Quizás
podamos decir que carece de un guión sorpresivo, la historia es
previsible pero no pretende lo contrario. La importancia reside en
los protagonistas y su relación, y ello se nota en el especial
cariño con el que están trabajados y plasmados en pantalla.
Sí
que se echa en falta un poco, quizás, una leve explicación de las
reglas de los concursos de mecanografía, pues es un acontecimiento
tan extraño a ojos de casi todo el mundo actualmente que la
expectación recae en esperar a que el jurado dicte veredicto, pese a
que se nota tensión entre los participantes, no te sientes implicado
con tanta intensidad.
Otro
apartado en el que destaca especialmente Populaire
es
la fotografía gracias a Guillaume Schiffman, quien gracias a The
Artist ha ganado reputación. Aquí vuelve a hacer un trabajo muy
destacado sobre todo cromáticamente, emulando correctamente la
estética de los 60 y su viveza visual. La escena de cama entre Rose y Louis, con sus tonos rojizos y azules sería un buen ejemplo de la gran labor realizada.
Una
opera prima que costó la inusual cantidad de 15 millones de euros
(para un trabajo de un principiante), pero que gracias a la implicación
de todo el reparto y el equipo técnico y, sobre todo, por el amor
con que está hecha ha logrado llegar a buen puerto. Y es que la
frase “America for business, France for love” viene a reflejar la
película en sí, pues aunque nunca se descuide el negocio (sobre
todo cuando hay tanto dinero en juego) la impresión es que se ha
hecho más pensando en el amor a cierto cine de una época que a la
taquilla.
Por
suerte, ese amor y simpatía que derrocha se traslada al espectador,
que pese a que sea la historia mil veces vista pero con vestido
diferente, se gana su afecto y le conquista una vez más.
7/10
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